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Martí y la medicina cubana (página 2)




Enviado por Jesus Saura Suarez



Partes: 1, 2

De la importancia de este verdadero hermano de Martí
en el campo de la medicina
cubana se ha escrito poco, quizás el autor ha sido el
único que lo ha situado con sobradas razones, como
precursor en Cuba de la
medicina del trabajo y la
sanidad vegetal, así como entre los primeros en divulgar
la teoría
microbiana del origen de las enfermedades infecciosas, de
Louis Pasteur (1822-1895), cuando otros la negaban o la
desconocían. Por todo ello y por haber pertenecido con el
sabio cubano a las sociedades
Antropológica y de Estudios Clínicos y de estar en
contacto con las principales publicaciones médicas
cubanas, Valdés-Domínguez conocía
perfectamente la teoría finlaista y estaba especialmente
preparado para comprender su veracidad y trascendencia y bien
pudo haberla comentado con Martí
en su permanente correspondencia.

Pero si esto pudiera ser cierto, mucho más lo es que
del brazo de Valdés-Domínguez entró el
Apóstol de la Independencia
Cubana en nuestra historia médica al
luchar juntos por la reivindicación de la memoria de
los estudiantes de medicina fusilados en 1871 y por la
exaltación de este hecho histórico hasta darle su
verdadera dimensión como factor de capital
importancia en la consolidación de la conciencia
nacional cubana.

Las publicaciones en Madrid de "El
presidio político en Cuba" en 1871 por Martí y de
"Los voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los
estudiantes de medicina" en 1873 por
Valdés-Domínguez, obedecieron al mismo objetivo
estratégico martiano de la denuncia testimonial y
dramática, en pleno corazón de
la metrópoli, de crímenes monstruosos del gobierno colonial
español en
la isla, escritas en primera persona por
quienes los habían vivido y sufrido en carne propia.

Sus estilos literarios son tan parecidos que se puede decir
que fue Valdés-Domínguez el primer escritor
influido decisiva y permanentemente por la vigorosa prosa
martiana. En las ocho ediciones del libro del
médico revolucionario ha aparecido siempre
epilogándolo el inmortal poema épico-
elegíaco de Martí "A mis hermanos muertos el 27 de
noviembre" publicado por primera vez en 1872.

De otras grandes figuras de la medicina cubana escribió
nuestro Héroe Nacional. A manera de ejemplo sólo se
citaran algunas. Del sabio polígrafo, médico
eminente y poeta Ramón Zambrana Valdés (1817-1866)
lo hizo siempre con profunda emoción. Al doctor Juan
Santos Fernández para agradecer que operara de cataratas a
su madre le envió una emotiva carta, verdadera
joya del género
epistolar, en la que en breves palabras ha dejado una
vívida imagen de la
sensibilidad humana del amigo eminente. En 1894 calificó
al doctor Joaquín Albarrán como "de lo mas valioso
de nuestra gente en París" y del académico doctor
Ramón L. Miranda Torres (1836-1910), su médico y
colaborador revolucionario, entre muchas referencias,
comentó brevemente su original monografía
"Aguas minero-medicinales de Saratoga", cuya segunda edición
publicada en New York en 1891 tuvo oportunidad de leer.

Pero lo que si conoció Martí a fondo fue la
participación de los médicos cubanos en la Guerra de los
Diez Años. Por eso pudo escribir sobre la muerte
heroica del doctor Sebastián Amabile Correa (1845-1869)
"llame vil al que no llore por su Sebastián Amabile"; del
doctor Eduardo Agramonte Piña (1849-1872), general muerto
en combate, entre otras, escribió estas lapidarias
palabras "¿Debemos merecer la pregunta que Eduardo
Agramonte hizo a sus amigos del Camaguey al volver de Barcelona?
¿Y que han hecho en estos diecisiete años?"; de
Honorato del Castillo Cancio (1836-1869), constituyente de
Guáimaro y general muerto en combate que "venía a
levantar la ley sin la que
las guerras paran
en abuso, o derrota o deshonor, y a volverse al combate, austero
e impetuoso, bello por dentro, corto de figura, de alma clara y
sobria"; de Antonio Lorda y Ortegosa (1845-1870) también
constituyente de Guáimaro y mayor general "en quien el
obstáculo de la obesidad
hacía más admirable la bravura y la constancia era
igual a la llaneza."

Con los errores ajenos siempre generoso, al mencionar al
doctor Serapio Arteaga y Quesada (1841-1888), general que se
presentó al enemigo por desavenencias de grupos, pero que
llegó a ser el más eminente obstetra cubano del
siglo XIX, escribió "de quien no debemos recordar en
público el error" y al hablar del comportamiento
del hijo también médico notable, el doctor Julio F.
Arteaga Quesada (1876-1923), diría "que el pecado del
padre hace mas vivo el patriotismo del hijo";7 de la
controvertida figura del doctor Miguel Bravo Sentiés
(1834-1881), general, Secretario de Estado,
diputado por Oriente a la Cámara de Representantes y
consejero áulico del mayor general Vicente García
González (1833-1886) en la rebelión de Lagunas de
Varona, diría Martí que fue censurado agriamente
por el generalísimo Máximo Gómez Báez
(1836-1905) y también recogió en sus escritos las
desavenencias entre este último y el doctor Félix
Figueredo Díaz cuando el intento de dictadura del
mayor general Donato Mármol Tamayo (1843-1870) y el
calificativo que ambos se prodigaron: víbora.

Y precisamente por poseer ese conocimiento
detallado y por encima de virtudes y defectos individuales supo
valorar como nadie que la función
del médico en la sociedad lo
convertía en el conspirador ideal por la independencia de
Cuba y situaba su papel de capital importancia en la revolución
que se preparaba.

Por eso le diría al doctor Martín L. Marrero
Rodríguez (1859-1943) a finales de 1893 en Cayo Hueso:
"Los médicos son los mas apropiados, y por lo tanto,
serán los mejores delegados. Sus pasos en ninguna hora, ni
en ninguna parte llaman la atención: siempre son bien recibidos. Todos
le deben algo: unos la vida, otros dinero. El
médico es quien mejor conoce los secretos de todos: por
eso esta será la revolución de los
médicos."9

Que lo dicho por el Maestro al doctor Marrero no fue una frase
halagadora y sí toda una estrategia que
venía desarrollando, lo asevera el hecho de que al enviar
a Cuba en agosto de 1892 al comandante de la Guerra de los Diez
Años Gerardo Castellano
Lleonart (1843-1923) como Comisionado Especial del Delegado del
Partido Revolucionario Cubano a entrevistarse a través de
toda la Isla con las personas más significativas como
posibles futuros jefes de la Revolución y preparar el
alzamiento en armas en todo el
país, lo hizo el oficial mambí con los siguientes
médicos:10 en La Habana, con el estudiante de medicina
Raimundo Sánchez Valdivia (1865-1928), hermano del heroico
mayor general Serafín Sánchez Valdivia
(1846-1896).

En Matanzas con el propio doctor Martín Marrero. En
Cárdenas con el doctor Daniel Gutiérrez
Quirós (1849-1910), capitán en la Guerra de los
Diez Años e hijo del famoso constituyente de Guaimaro y
diputado a la Cámara de Representantes Miguel
Gerónimo Gutiérrez Hurtado de Mendoza (1822-1870) y
con el doctor Dionisio Sáez García (1826-1898).

En Santo Domingo, Las Villas, con el doctor Ricardo Pocurull y
Oña (1861-1896), muerto después en la guerra y con
el doctor Piña. En Santa Isabel de las Lajas con el
ilustre higienista doctor Enrique B. Barnet y Roque de Escobar
(1855-1916), que sería en el futuro uno de los fundadores
de la sanidad cubana en la
República y con el más tarde coronel mutilado
de la Guerra del 95, doctor Agustín Cruz González
(1870-1952). En Sancti Spíritus con el culto doctor
Sebastián Cuervo Serrano (1847-1929), comandante y
médico del generalísimo Máximo
Gómez.

En Camagüey con el doctor Emilio Lorenzo-Luaces e Iraola
(¿-1910), hermano del médico héroe y
mártir de la Guerra de los Diez Años coronel doctor
Antonio Lorenzo-Luaces e Iraola (1842-1875), de quien dijera
Máximo Gómez, tan parco en elogios, estas cuatro
palabras: "valiente a toda prueba."11 En Manzanillo con el doctor
Federico Inchaustegui y Cabrera (1838-1895), coronel del 68 y en
Baracoa con el doctor Fermín
Valdés-Domínguez.

La muerte
prematura de Martí en combate, el 19 de mayo de 1895, le
impidió comprobar lo acertado de sus palabras al doctor
Marrero sobre la confianza que tenía en la importancia del
aporte de los médicos cubanos a la causa independentista.
Catorce de ellos encontraron la muerte en las filas del
Ejército Libertador, once alcanzaron las estrellas de
general, ocho fueron constituyentes de Jimaguayú y de la
Yaya, cinco, miembros del Consejo de Gobierno de la
República en Armas y catorce, miembros de la Asamblea de
Representantes del Ejército Libertador.

Con los pocos recursos que
siempre contaron, dos jóvenes profesores de la Facultad de
Medicina de la Universidad de La
Habana, entre otros, hicieron verdaderas proezas en la
cirugía de campaña, que hoy despiertan la mayor
admiración en los estudiosos de la historia médica
militar cubana: los coroneles doctores Francisco Domínguez
Roldán (1864-1942) y Enrique Núñez de
Villavicencio Palomino (1872-1916) y en la retaguardia de la
emigración operando a los que se sacaban de la Isla, el
Maestro de la cirugía cubana, el también profesor
universitario doctor Raimundo G. Menocal y G. Menocal
(1856-1917).

Y el propio Martí que vivió en su etapa
universitaria española tan estrechamente unido a
estudiantes de medicina y que logró adquirir conocimientos
teóricos en algunas de sus ramas, en los pocos días
que estuvo en la guerra se desdobló en funciones de
médico, obligado por la necesidad y el historiador doctor
Néstor Carbonell Rivero (1883-1966) en su libro
"Martí. Carne y espíritu", hilvanó con las
propias palabras de Martí un relato conmovedor de sus
actividades como tal en campaña:

Y cuando dieron la orden de descansar y se tendieron las
hamacas, yo, primero que dormir o reposar, hurgué en mi
jolongo y saqué de él medicina. A uno, que del jugo
del tabaco, de
apretar tanto el cabo en la boca, se le habían desprendido
los dientes, le di a beber un sorbo de Marrasquino. Y cuando
llegó el agua
fresca, con Paquito Borrero, de tierna ayuda, me puse a curar de
un soldado la herida narigona. La bala le había entrado
por el pecho y salido por la espalda.

En una de las bocas, la de entrada, le cabía un dedal:
en la otra la de salida, una avellana. Se la lavé y le
aplique yodoformo y algodón
fenicado. Habilidades de médico me habían salido, y
por piedad y por casualidad, se me habían juntado al
bagaje mas medicinas que ropa- y no para mí por cierto,
pues nunca me sentí mas sano, sino para los demás.
Y en las curas tuve algunos aciertos por lo que gané un
poco de reputación, sin mas que llevar conmigo el milagro
del yodo, y el del cariño, que es otro milagro
[…]"12

Al final de su existencia, en las últimas
páginas de su extraordinaria obra escrita dejaba a todos
los médicos cubanos una máxima
recomendación: curar con el milagro del yodo, que quiere
decir con la mejor medicina y con el cariño, la más
alta expresión de la sensibilidad humana.

 

 

 

 

Autor:

Jesús Saura Suárez

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